sábado, 13 de diciembre de 2008

La tribu

(Stelios Tsagris)


No os queríais marchar. El tiempo duraba tanto como vuestras ganas de juego. Como vuestra energía rascando cada instante y cada hueco. Nada era entonces desierto. Nunca estabais solos, ni siquiera cuando cada uno se iba a su jaima. El sol era el cuarto cómplice del grupo, y el primero en ausentarse. Más allá de la luz, vosotros permanecíais. Recogidos en la hondonada que formaban las dunas, la hora nocturna marcaba otro ritmo. Más pausado, más confidencial, más íntimo. La acción desenfrenada del día había dado paso a un recogimiento que os hacía mayores. ¿De qué hablabais? De secretos, por ejemplo.

Ya los rozabais. Salían a relucir las discusiones entre los adultos, las miradas misteriosas entre mujeres y hombres, los llantos contenidos de vuestra madre, los vecinos que desaparecían de improviso, las hermanas que sangraban misteriosamente, los viajeros que traían noticias...Tocabais la frontera de la vida. Y en ella, se manifestaban las resignaciones de la mayoría, los riesgos de los menos, las apuestas del amor de vuestros hermanos, los disfraces de la locura. Los acontecimientos que rompían la quietud de los días eran reelaborados en el conciliábulo de las horas postreras. El tono era quedo, la expectación saltaba de mente a mente de cada uno, inventabais, hacíais historia oral. Retomabais los antiguos relatos y los contemplabais con ojos de cuyas retinas ya se había desprendido la inocencia. Narrabais, con vuestra manera de expresaros y con vuestro entendimiento.

¿Con qué te quedarías? ¿Con la acción imparable de la jornada, sometida a la repetición y al cansancio del juego múltiple? ¿Con la observación minuciosa de los quehaceres de vuestros mayores, a los que seguíais a todos lados, como parte del aprendizaje? ¿Con el lento y reposado repaso a lo indescifrable en las noches al raso? ¿Cuál de todos los comportamientos pesó más en vuestra maceración? Mientras los otros compañeros de la tribu siguen el ritmo del trabajo y de los días, tú contemplas el firmamento. Y buscas un horizonte, acaso el despliegue de la serpiente que sientes bajo la arena, para que te lleve a la ciudad soñada.